Hablemos sobre Economía Feminista

 

Por Julia Anguiano Rosas

A lo largo de la historia de la humanidad, las disciplinas sociales se han encargado de moldear el conocimiento social. Cristina Carrasco, doctora en economía por la Universidad de Barcelona, habla acerca de la resistencia a la integración del sexo femenino (específicamente en la economía) en su artículo: La economía feminista, una apuesta por otra economía. En él, afirma que esta disciplina ha demostrado ser una de las menos susceptibles a la perspectiva de género porque aparentemente ha tenido “razones legitimadas” para la exclusión de las mujeres en esta área.

La economía es una de las líneas de conocimiento dominantes en la sociedad. La llegada del capitalismo a su auge y la aparición de los mercados y la globalización ha resultado ser avasalladora para el mundo. Es por esto que, al ser la economía una de las disciplinas más poderosas, el hecho de que sea tan inalcanzable para las mujeres (en contraste con su contraparte masculina) suscita una sospecha inicial de que la sociedad continúa protegiendo y fomentando el androcentrismo.

Carrasco considera que los años 60’s fueron el marco histórico de la transformación, en el cual se cuestionó el enfoque teórico predominante, como el de la llamada Nueva Economía del Hogar. El paradigma de la economía neoclásica no considera la importancia de trabajo doméstico. Omite su existencia a pesar de que es una pieza clave en la sostenibilidad de la vida humana, y permite la existencia de un jefe de familia, quien actúa o no misericordiosamente con el resto de los miembros. Por supuesto, desde la superioridad, ya que en lo que respecta a lo económico es quien tiene la última palabra. Quienes se llevan este cargo son en mayoría los hombres, que gozan de tener el salario familiar, pensando que “naturalmente” son los proveedores.

La independencia económica es una parte importante en cuanto al control de las decisiones del individuo, y siguiendo el discurso de la economía neoliberal (predominante en la actualidad), la desigualdad entre ambos sexos para alcanzar esta independencia es abrumadora.

El error más grave del enfoque de la economía neoliberal es la permisión de la división sexual del trabajo. Esta división sexual del trabajo prioriza a las mujeres en el papel de las cuidadoras, madres y esposas, dificultando la carga de trabajo. Si bien no en todos los casos se les prohíbe a las mujeres trabajar, aunque hay hombres que sí lo hacen de manera explícita, la condición comúnmente es que trabajen sin descuidar las labores que tradicionalmente se les ha asignado. Resulta ser otra manera de desincentivar la emancipación económica de las mujeres, porque a final de cuentas les imposibilitan y llenan el camino de obstáculos.

“La producción orientada al mercado se está separando de la producción doméstica destinada al autoconsumo familiar, proceso que se consolidará posteriormente con la implantación generalizada del capitalismo. Esta situación colabora en que sus análisis se centren en la producción capitalista y su instrumental analítico y conceptual tome como referencia exclusivamente este tipo de producción”. [1]

En este último párrafo es muy claro porqué la perspectiva de La Nueva Economía del Hogar condena a las mujeres a permanecer detrás del velo invisible de la producción capitalista. Mientras son los hombres quienes salen a los espacios de toma de decisiones y construcción de la sociedad, a las mujeres nos corresponde tomar las riendas del cuidado doméstico, la crianza y educación. Es un trabajo rudimentario, aislado, despreciado, subestimado y mayormente físico. Desafortunadamente, que hasta ahora éstas labores sean no remuneradas parece haber legitimado la idea de que por eso son menos importantes.

«El error más grave es la permisión de la división sexual del trabajo […]  prioriza a las mujeres en el papel de las cuidadoras, madres y esposas, dificultando la carga de trabajo»

El concepto de política que proponía la filósofa Arendt en su escrito ¿Qué es la Política? hacía mención de las relaciones que existen entre los seres humanos en conjunto, no en su individualidad, e indica que en la política obligatoriamente se encuentra un proceso de interacción entre éstos. Es por esta razón que la política se convierte en una herramienta esencialmente creada por los hombres para los hombres (literalmente) y su posibilidad de destruir o construir en la sociedad se debe a la capacidad permisiva de tomar decisiones políticas vinculantes para los integrantes de esta sociedad.[2]

¿Cómo van a tomarse en cuenta los intereses de quienes no participen en este proceso de interacción? Dejar a las mujeres fuera de la esfera pública las ha sublevado a una condición inferior de oportunidades y acceso, y no hay manera de contrarrestar esto a menos que se les incluya en una participación sustantiva.

¿Por qué hay una enorme diferencia entre el espacio público y el espacio privado? Estas esferas implican más que solo lugares físicos determinados, están atados a ellos otras dicotomías relacionadas con la manera de comportarse, tabúes y costumbres. La intimidad naciente de la esfera privada queda corta en contraste con toda la valoración, la política y el reconocimiento que se encuentra en la esfera pública.

En la esfera privada el trabajo doméstico sigue siendo relegado al sexo femenino, pero el capitalismo se sostiene del trabajo estas mujeres, y la lógica de acumulación de capital está basada en el trabajo no pagado. Al juzgar por el tiempo y la energía que las actividades domésticas consumen, los hombres no podrían desempeñar ni en igual medida ni con la misma calidad el trabajo del que diariamente se hacen cargo si tuvieran que lidiar también con su propia subsistencia. Aun así, se considera al trabajo doméstico como una problemática delimitada a su resolución en el ámbito de lo privado, como una responsabilidad de cada familia, no como una responsabilidad social ni colectiva.

Antonella Picchio, economista y profesora de la Universidad de Modena y Reggio, realizó una investigación en la que explica la manera en la que sitúa el trabajo doméstico desde un enfoque macroeconómico, en la que menciona:

“Si a la matriz de estos procesos (de producción, de intercambio y de riqueza) se le incorpora también el proceso de reproducción social de la población y de la población trabajadora en particular, la propia visión del sistema económico cambia, puesto que la calidad de las relaciones entre los procesos se modifica. La incorporación a la estructura de fondo de un proceso de reproducción social de la población también modifica de manera radical el modo de conceptualizar todo el sistema. Además, las diferencias de clase introducen en la visión del sistema el reconocimiento de la presencia de tensiones persistentes y profundas que se manifiestan tanto en las condiciones de trabajo como en las condiciones de vida, y en la forma histórica de interrelación entre ambas.” [3]

Gracias a ella, una vez más corroboramos la importancia del trabajo doméstico, y más aún, la afirmamos como una categoría que ha permanecido oculta dentro de la economía, aunque detrás de ella existan partes significativas para los costos de producción.

La trampa que hace que este problema sea interminable, es que no se puede resolver dentro de lo privado porque como se establece en el enfoque de la Nueva Economía del Hogar, en las familias hay jerarquías y la condición es la violencia económica que se ejerce sobre las mujeres. Incluso parece que el rol designado entre hombres y mujeres con respecto a quién se encarga de llevar a cabo el trabajo no remunerado y las labores del hogar da pie a la diferencia central de la diferencia de género.

Como para todo problema, se necesitan tomar medidas de resistencia y prevención frente a él. Estas medidas básicas van desde crear consciencia del esfuerzo que el trabajo doméstico representa como empezar a visibilizar que en los hogares se encuentra la unidad principal de decisiones económicas. Es necesario promover la democratización de los trabajos domésticos y de cuidado en los hogares y sacar a la esfera pública estas reflexiones (porque hay que recalcar que es un asunto público) sobre todo en aquellas etapas o condiciones de la vida donde se es más vulnerable como la niñez y la vejez, hay que apelar por el derecho de las empleadas domésticas a mejores condiciones de bienestar, prestaciones sociales, servicios médicos, mecanismos de denuncia ante abusos, elaboración de contratos, y privilegiar su derecho a la educación, al descanso y al esparcimiento.

Estas medidas no se pueden dejar a las familias que lo resuelvan por que el resultado hasta ahora ha sido meramente circular, así que vuelve a recaer en las mujeres (son ellas quienes cuidan, pero nadie las cuida a ellas). Para dar solución al problema, podemos continuar haciendo sugerencias para construir una utopía en la que desaparezca el trabajo doméstico y de cuidado como una actividad delegada de manera específica a ciertas personas, e incentivar que cada cuerpo se haga cargo de su propio cuidado en función de que vaya siendo capaz de hacerlo. Independientemente de si tiene o no para pagar quién lo haga, y percibirlo como un acto que nos humaniza y que nos hace conscientes del lugar que ocupamos en el mundo. Aunque de manera individual podemos contribuir con ello, también tiene que crearse algo comunitario y para esto hay que exigir la intervención del Estado.

En lo que al Estado respecta, específicamente pediría su contribución a la reasignación de roles, promover nuevas formas de organización familiar y generar y fortalecer mecanismos públicos para los cuidados en las etapas vulnerables de la vida, cuantificar el valor económico que estas labores (principalmente realizadas por mujeres) aportan y visibilizar los efectos que las personas cuidadoras tienen tanto a nivel emocional como físico.

La economía no presenta socialmente una perspectiva de género, y esto representa un problema porque excluye a las mujeres, sobre todo a aquellas que por años han estado destinadas a ocuparse de las labores domésticas. Las obliga a permanecer relegadas detrás del velo invisible del capitalismo. Sin embargo, el trabajo doméstico se trata de uno de los más grandes agregados del sistema económico en la sociedad.

«La economía excluye a las mujeres, sobre todo a aquellas que por años han estado destinadas a ocuparse de las labores domésticas»

Es importante reconocer que este problema es multifactorial, dadas las variables de los sistemas de educación, las aspiraciones, la cultura, el sentido de responsabilidad y el carácter que construyen la individualidad de cada persona. Sin embargo, enjaular esta realidad como un tema para discutir en la esfera de lo privado ha impedido tratar el problema sin que exista una condición de desigualdad entre los involucrados, puesto que las familias funcionan por jerarquías gracias al modelo neoclásico que nos rige.

Es por esta razón que nace la urgencia de construir y divulgar las ideas de esta nueva economía (la economía feminista), una que sea más incluyente con los miembros de la sociedad y sensible a los roles y situaciones de desventaja que enfrentan entre ellos, tomando en cuenta sus desigualdades y situándolos en un piso más parejo dependiendo de su posición y las necesidades que a partir de ahí se desprendan.

 

 

[1]Carrasco, Cristina. «La economía feminista: una apuesta por otra economía.» 2006: 1-31.
[2] Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? Barcelona: Universidad de Barcelona, 1997.
[3] Economía, Red de Género y. «Un Enfoque Macroeconómico Ampliado de las Condiciones de Vida.» En La Economía Feminista como un derecho, de Antonella Picchio, 59-89. México D.F.: REDGE, 2015.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? Barcelona: Universidad de Barcelona, 1997.

Carrasco, Cristina. «La economía feminista: una apuesta por otra economía.» 2006: 1-31.

Economía, Red de Género y. «Un Enfoque Macroeconómico Ampliado de las Condiciones de Vida.» En La Economía Feminista como un derecho, de Antonella Picchio, 59-89. México D.F.: REDGE, 2015.

 

[1] (Carrasco 2006, 4)

[2] (Arendt 1997, 101)

[3] (Economía 2015, 63)

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